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viernes, 3 de agosto de 2012

El gatopardo

A partir de “Senso”, Luchino Visconti aborda y desnuda en sus films su contradictorio y complejo mundo interior. La destrucción del núcleo familiar; la decadencia de una clase social, -la suya-, y la degradación moral serán los ejes básicos de sus tres indiscutibles obras maestras: “Rocco y sus hermanos”; “El Gatopardo” y “Muerte en Venecia”.

Adaptación de la novela homónima de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, enmarcada en la convulsa Italia del Rissorgimento, el Don Fabrizio de “El Gatopardo” es el “alter ego” del autor y el de un Visconti plenamente identificado con un personaje al que ama.

El estallido de la revolución garibaldina obliga a Don Fabrizio (sublime Burt Lancaster) a refugiarse con su familia en su residencia de Donnafugata. A su llegada será recibido por Don Calogero (Paolo Stoppa), alcalde y máximo representante de la vulgar burguesía dominante, a la que desprecia, pero a la que tendrá que aceptar con resignación cuando su sobrino Tancredi (Alain Delon), alistado en el ejercito garibaldino, -si queremos que todo quede como esta, es preciso que cambie todo-, se prometa con Angélica (una Claudia Cardinale de una belleza provocadoramente vulgar), hija de Don Calogero, asumiendo la llegada de un tiempo en el que no hay lugar para el.

Último representante de una clase social a caballo entre el viejo orden y el nuevo que se avecina, toma conciencia lúcida de que no encaja en ninguno de los dos. Crónica de la decadencia de una clase social, la aristocracia, y del surgimiento de otra, la burguesía, “El Gatopardo” emerge como un inmenso fresco histórico de una belleza apabullante, como uno de los mejores films de su autor y de la historia del cine.

Con una dirección magistral y una puesta en escena de fuertes influencias pictóricas, “El Gatopardo” se sustenta en un guión rico en detalles y matices de Suso Checci D’Amico y Enrico Medioli entre otros, al que Visconti viste con las mejores galas, arropado por la brillante fotografía de Giuseppe Rotunno, el suntuoso vestuario de Piero Tosi y la inmortal partitura de Nino Rota, -que adaptó una sinfonía suya inacabada, y recuperó un vals inédito de Verdi-, para regalarnos esta hermosa, lúcida y barroca reflexión sobre un mundo que se extingue serenamente en los dulces brazos de la muerte.

En nuestras retinas quedan grabados para siempre momentos de gran cine: La entrada de una deslumbrante Angélica en la cena de bienvenida a Donnafugata; la larga secuencia de la fiesta, -imprescindible para comprender el sentido último de un film irrepetible-, y sobre todo ese momento mágico en el que un Don Fabrizio cansado y una bellísima Angélica, vestida de blanco, bailan un vals como metáfora viva de un pasado que se extingue y un futuro que ya es el presente, y de que efectivamente “todo ha cambiado para que todo siga igual”.

Un hombre de 45 años que camina con la espalda derecha; que el pecho aún respira profundo, henchido debajo de su chaqué; que en la cabeza le adornan rebeldes bucles rubios; que el fruncir del ceño es aún fiero; que los aires de cambios y revolución le hacen asomarse con curiosidad juvenil por la ventana (¿cómo será eso de la demócracia?), que el rostro rubicundo e iluminado le delata los pecados de la carne de la noche pasada con su amante de callejuela oscura; es aún un hombre joven.

Totalmente de acuerdo en que Visconti se relame con su puesta en escena. No sé si es la película que quería hacer, francamente; yo ando aún desconcertado. Sé perfectamente que quería contar la maravillosa historia de “el Gatopardo”, y que sólo se podría narrar contándola con la sucesión de esos momentos selectivos. Pero es cierto que cada momento lo hace desmesurado y distrae al espectador, siendo durante la mitad del metraje las escenas de cacería de Don Fabricio Salina ( Lancaster) y Don Francisco ( Serge Reggiani, magnífico y recuperado de “Paris, Bajos fondos”) las únicas donde la trama realmente avanza coherentemente y con concreción. 

Y es que Claudia Cardinale y Alain Delon están correctos y guapos (más guapos que correctos, diría yo), pero no interesan porque tampoco tienen mucho que contar; son secundarios floreros que probablemente tendrían rótulos más grandes que Burt Lancaster en el estreno europeo (aunque se estrenó también en América, en Europa se haría la caja). Así que resulta irónico que la más famosa imposición que se le hizo a Visconti (la de contratar a un actor americano, para estrenarla en América), sea la que le da mayor grandeza al film: Lancaster encabeza desde hoy mi ranking de las 20 mejores interpretaciones masculinas; está magistral.

Por tanto Visconti nos da dos películas: la historia de un desencanto, que es la que me gusta a mí; y otra historia de romance con trajes, palacios, galán guapo y hermosa plebeya (eso sí, con muy buena dote).Un hombre de 45 y unos pocos años más, que ve como la democracia es más de lo mismo; que empieza a depositar su confianza en la juventud mientras él descansa en las fiestas sentado en un sillón; que las cejas empiezan a arquearse hacía abajo; que se adentrará en una callejuela oscura para verse con su amante, y esta vez necesite de ella un hombro en el que posarse a descansar(o a recordar); es ya un hombre viejo; se le cayeron encima los años y las ilusiones.

“Nosotros fuimos los Gatopardos, los Leones. Quienes nos sustituyan serán chacales y hienas, pero todos, gatopardos, chacales y ovejas, continuaremos creyéndonos la sal de la tierra”.
 
TÍTULO ORIGINAL Il gattopardo
AÑO 1963




DIRECTOR Luchino Visconti
GUIÓN Suso Cecchi d'Amico, Pasquale Festa Campanile, Massimo Franciosa, Enrico Medioli, Luchino Visconti
MÚSICA Nino Rota
FOTOGRAFÍA Giuseppe Rotunno
REPARTO Burt Lancaster, Claudia Cardinale, Alain Delon, Paolo Stoppa, Rina Morelli, Romolo Valli, Terence Hill, Pierre Clémenti, Lucilla Morlacchi, Giuliano Gemma, Ida Galli, Ottavia Piccolo
PRODUCTORA Productor: Goffredo Lombardo
PREMIOS 1963: Nominada al Oscar: Mejor vestuario (Color)
1963: Festival de Cannes: Palma de Oro
1962: Premios David di Donatello: Mejor producción


SINOPSIS Película basada en la novela homónima de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1958). Es la época de la unificación de Italia en torno al Piamonte, cuyo artífice fue Cavour. La acción se desarrolla en Palermo y los protagonistas son Don Fabrizio, Príncipe de Salina, y su familia, cuya vida se ve alterada tras la invasión de Sicilia por las tropas de Garibaldi (1860). Para alejarse de los disturbios, la familia se refugia en la casa de campo que posee en Donnafugata. Hasta el lugar se desplazan, además de la mujer del Príncipe y sus tres hijos, el joven Tancredi, el sobrino predilecto de Don Fabrizio, que parece simpatizar con el movimiento liberal de unificación .

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Obra clave del cine europeo de los años sesenta, y una de las películas más importantes y alabadas de Luchino Visconti.
"Obra maestra. (...) profunda reflexión acerca de la decadencia. (...) El magnífico Burt Lancaster ve cómo su mundo aristocrático se derrumba y su clase social desaparece en este tratado de cine tan elegante como moderno." (Miguel Ángel Palomo: Diario El País)
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