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sábado, 30 de abril de 2011

Quiero vivir en América



Generalmente se dice que “West Side Story” son dos películas. Una, la dirigida por el coreógrafo J. Robbins (toda la parte musical); y otra, la dirigida por R. Wisse (todo el nudo argumental que adapta la historia de Romeo y Julieta). Por esta razón, una sería soberbia; mientras que la otra, resultaría a estas alturas tan empalagosa y ñoña como un merengue con sobredosis de azúcar. Lo cierto es que esas dos partes, de existir, se abrazan a la perfección en este musical clásico, pero atípico. Digo esto porque un género tan almibarado como el musical nunca fue el territorio propicio para digresiones sociales, y aunque la conocida historia de amor entre Tony y María es el hilo conductor de la película, el protagonismo principal es todo ese marco violento en el que se desarrolla la película. Un silbido, antes de que veamos ninguna imagen, suena en la sala de cine (hay que verla en pantalla grande, la película gana); a partir de ahí, unas imágenes en picado de la ciudad de N.Y avanzando hacia barrios más pobres, hasta que la cámara, que no volverá a alzar el vuelo, se queda a un ras de tierra, y desde esa altura, con un empleo del cinemascope espectacular, desgranará una historia donde la violencia sólo conduce al dolor, a la muerte y al odio.Las coreografías espectaculares, de esas que se te quedan grabadas por la vitalidad contagiosa que tienen; la música (¿quién no la tarareó en algún momento?) del maestro Bernstein; los actores... espléndidos, aunque yo me quedaría con Chakiris (nunca se volvió a ver una presencia tan “caliente” en la pantalla de un cine) y Rita Moreno encantadora de principio a fin.


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