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martes, 12 de junio de 2012

Zardoz

Personalísima obra del genial cineasta británico John Boorman, en la que éste no sólo dirige, sino que también se encarga de la escritura del guión y de las labores de producción. Tengo que reconocer que me ha sorprendido la tibia acogida que el filme tiene por estos lares cuando, personalmente, me parece una película ambiciosa y épica como pocas, pero que, entiendo, allí donde yo he visto ambición otros han podido ver pretenciosidad.

Una película que empieza con un Dios-cabeza voladora de piedra que vomita armas por la boca y que da instrucciones a los hombres para que se maten entre ellos es lo que yo llamo un inicio realmente rompedor y potente. La grandiosa distopía que Boorman plantea es de tal calado y magnitud que no puedo hacer otra cosa más que quitarme el sombrero y reverenciar el majestuoso guión.

Los más acérrimos fans de la ciencia ficción (porque esto es ciencia ficción, y no sólo eso: es ciencia ficción dura, nada de fantasía descafeinada que es lo que puede aparentar a primera vista) han de tener esta obra, por obligación, como una de las más grandes historias que recuerdan. Es tan enorme, con tal profundidad, que haría falta lo menos un libro de más de 500 páginas para llegar a decir lo que Boorman nos cuenta aquí en nada más y nada menos que una hora y tres cuartos.

La trama, sin destripar nada, vendría a contar la llegada de Zed (soberbio Sean Connery) a la tierra de los "dioses", lugar donde la clase alta y poderosa se dedica a disfrutar de la vida toda vez que han alcanzado la inmortalidad y tienen a súbditos que trabajan para ellos. Zed, un salvaje, será visto con malos ojos por gran parte de la excluyente sociedad de semi-dioses, pero aceptarán su presencia para estudiarle desde el punto de vista de la ciencia. Según vaya introduciéndose cada vez más en la vida y costumbres de los semi-dioses, irá conociendo mejor sus secretos y se preparará para dar un gran golpe que hará temblar los cimientos no sólo de la sociedad, sino en última instancia de todo el mundo conocido.

La riqueza de matices y de elevados conceptos, tales como el don de la mortalidad (sí, son sólo cuatro palabras, pero su implicación es tan absolutamente sublime que se nos escapa de las manos), el fin de la eternidad, la lucha clasista, los inmortales pidiendo que les maten; repito: inmortales pidiendo que les maten.

Altos conceptos todos ellos que se entremezclan con una historia de ciencia ficción en la que lo que en un principio parece pura fantasía se nos desvela como un truculento e inhóspito futuro en el que un grupo de científicos decidieron encerrarse alejados del resto de la sociedad y crear su particular edén en que vivir. Pero todas sus grandes esperanzas se transformarán inevitablemente en un despiadado mecanismo de control que termina por dominarles. La llegada de Zed resulta ser de todo menos casual, y su creación a través de la elección de los ADN más propicios termina por empezar a cristalizar y ofrecernos las implicaciones que toda la compleja historia mantiene y que empezamos a desentrañar y comprender.

Ambiciosísima producción que quizás por su alto contenido conceptual y abstracto la ha alejado de su verdadero público, cuando la gente venía esperándose encontrar con la película de turno de género fantástico: leve y superficial, más o menos entretenida y fácilmente olvidable. El terreno que Boorman toca puede ser muchas cosas, pero para nada es superficial. Es totalmente trascendental, alcanzando cotas de abstracción que verdaderamente pueden llegar a incomodar por su enorme densidad y pesadez conceptual.

TÍTULO ORIGINAL Zardoz
AÑO 1974




DIRECTOR John Boorman
GUIÓN John Boorman
MÚSICA David Munrow
FOTOGRAFÍA Geoffrey Unsworth
REPARTO Sean Connery, Charlotte Rampling, Sara Kestelman, Sally Anne Newton, John Alderton, Niall Buggy
PRODUCTORA 20th Century Fox


SINOPSIS A finales del siglo XXIII, en la tierra sólo sobreviven dos razas humanas: los inmortales contituyen una casta privilegiada, no envejecen y llevan una vida placentera; la otra raza vive miserablemente y sólo confía en Zardoz, el dios que veneran. Zardoz elige a unos cuantos hombres, les entrega armas y los adiestra para enfrentarse a los Inmortales.

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