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martes, 12 de junio de 2012

El prado

“El prado” pertenece a ese género de películas que uno desconoce que existe y que cuando las visiona se queda extasiado por tener conciencia de que ha descubierto algo valioso, algo que otros muchos ignoran. “El prado” es una película enorme, de un poder visual que en muchas de sus imágenes resulta apabullante. El prado, centro de esta película, simboliza, todo el devenir, todo el sufrimiento, toda la dedicación y esfuerzo de una familia muy humilde por sobrevivir al hambre. El perderlo puede suponer perderse ellos mismos, perder la razón por la que uno ha vivido, perder aquello donde ha quedado empapada el alma a lo largo de tantos años de penalidades. El dinero no lo debería de poder comprar todo y por eso mismo, la rebeldía, la violencia, la fuerza, algunas veces no sólo son entendibles, sino necesarias. Película que reúne a grandiosos actores. Un Richard Harris soberbio, quizás en su mejor papel, a mi modesto entender. William Hurt, aquel que hacia de Calígula en la serie Yo Claudio, ofrece una actuación fantástica, de lo que aquí se denominaría “El tonto del pueblo”, Sean Bean lleva con soltura su papel de hijo atormentado y mediatizado por un padre de personalidad aplastante y autoritaria y completa el cuadro un Tom Berenguer que no desentona de los anteriores. El cine irlandés es peculiar, o quizás uno debería decir “sus personajes” y seguramente por eso uno encuentra muchas similitudes con otros títulos. Tipos tozudos, autoritarios y dignos…

TÍTULO ORIGINAL The Field
AÑO 1990

“Hay una ley más fuerte que todas las demás: la ley de la tierra”. Esta frase resume toda la película. Con los dedos de una mano podríamos contar las películas en las que se realiza un acercamiento a la trágica Irlanda tan lúcido y certero como el que presenciamos en “El prado”, un filme intenso y durísimo que a pocos dejará indiferentes, a muchos impresionados, a casi todos, a buen seguro, con la sensación de que se trata de un trabajo fabulosamente hecho.

Perfectamente ambientada, la película trata sobre la pertenencia a la tierra, sobre el afán de conservación de la misma para su perduración en las generaciones venideras, sentimiento perpetuo del hombre desde hace miles de años, antes incluso de que la propiedad del campo encontrase organización y distribución entre sus cultivadores, pues el hombre siempre sintió afecto por la tierra de sus mayores.

Sheridan aglutina con buena mano un conjunto de elementos, todos bien empleados, para conformar una historia oscura y demoledora; sabe valerse inteligentemente de la belleza austera y sobrecogedora del paisaje irlandés para regalarnos encuadres de una exquisitez visual indudable; aprovecha la grandeza interpretativa de Richard Harris para centrarse en su personaje, resaltar su fuerza dramática y, así, convertirlo en el mayor atractivo (por méritos propios) del filme.

Pero no sólo Harris sobresale, pues la actuación de John Hurt es de las que no se olvidan, dándole a su personaje (que nos puede recordar, al igual que la película en general, a la magnífica “La hija de Ryan” de D. Lean) un realismo y una exactitud inusuales. El resto está a mi modesto entender bastante por debajo, salvo un personaje escondido: la esposa de Harris, esa mujer silenciosa, sufridora y apenada, a la que se le debería haber dado algo más de importancia.
No he leído la novela, pero hay mucho acierto en el guión y en la dirección al transmitirnos las claves de esta historia tan cruda y trágica.

El campesino que encarna Richard Harris contiene una fuerza y una trascendencia capaz de estremecer, horrorizar, conmover, turbar e inquietar al más frío de los espectadores. Su drama es el de los hombres abocados a la perdición, a la derrota ante la llegada de los nuevos tiempos, pero se agarran a sus bazas para luchar hasta la extenuación por conservar el legado de sus padres y abuelos. La herencia de la tierra de sus ancestros le hace sacrificarse a cualquier precio, puesto que se trata de la única pertenencia a la que está unido por lazos invisibles pero irrompibles, y la aparición de un hombre rico que amenaza con destruir la obra, por humilde que sea, que sus predecesoras generaciones se esforzaron en trabajar, despierta en él un torrente de violencia y pugna; un torrente tan fuerte que lo cegará, ya que no verá por sí solo (hasta que es demasiado tarde) que, aunque consiga imponerse sobre quien pretende dejarlo sin el terrazgo, su hijo no ha nacido con el mismo afán de su padre y, por lo tanto, la herencia de la tierra (que es la perpetuación del trabajo y el sacrificio de generaciones pasadas) será en vano.

Es, por otra parte, un hombre indomable, de carácter impetuoso, tenaz ante las adversidades, atormentado por la muerte de un hijo, enemistado con su esposa, curtido por los golpes que la Irlanda pobre le ha dado a lo largo de la vida: las hambrunas, la dureza de la tierra, a lo que se suma su resentimiento ante los que se fueron, los que emigraron en tiempos difíciles a América en busca de mejor fortuna, cuando otros como él persistieron obstinados en mantener el vínculo con sus antepasados, aunque para ello tenga que ofender al mismísimo Dios: es la ley de la tierra.


DIRECTOR Jim Sheridan
GUIÓN Jim Sheridan (Novela: John B. Keane)
MÚSICA Elmer Bernstein
FOTOGRAFÍA Jack Conroy
REPARTO Richard Harris, Sean Bean, Tom Berenger, Frances Tomelty, Brenda Fricker, John Hurt, Joan Sheehy, Ruth McCabe
PRODUCTORA Avenue Pictures
PREMIOS 1990: Nominada al Oscar: Mejor actor (Richard Harris)
1990: Nominada BAFTA: Mejor actor secundario (John Hurt)
GÉNERO Drama | Vida rural
SINOPSIS Irlanda, 1930. Un campesino trata de defender, a toda costa, la parcela de tierra que su familia ha cultivado durante generaciones y cuya subasta pública es inminente.

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