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miércoles, 2 de marzo de 2011

El rugido de la Metro







La Metro Goldwyn Mayer marcó más que ninguna otra factoría de mitos la época dorada de Hollywood

Cuando el 16 de mayo de 1924 Marcus Loew fusionó su quebradiza Metro Pictures y la aún más vulnerable Goldwyn Pictures con la emergente Louis B. Mayer Productions, nadie apostaba porque la empresa tricéfala acabara por convertirse en la máxima expresión del Hollywood dorado.

Greta Garbo, Lionel Barrymore, John Gilbert, Clark Gable, James Stewart, Spencer Tracy y Katherine Hepburn, Fred Astaire, Gene Kelly, Frank Sinatra, Judy Garland y Mickey Rooney... Las más resplandecientes estrellas en el rutilante cielo de Hollywood pasaron por la Metro-Goldwyn-Mayer (MGM) los siguientes 30 años. Durante la época dorada de Hollywood, la Metro era la fábrica de sueños.

"En la Metro nadie trabaja, todo el mundo observa cómo crecen las flores", recordaba jocoso el veterano compositor Harry Warren sobre la compañía al periodista Scott Eyman en el recién publicado El león de Hollywood. La vida y la leyenda de Louis B. Mayer (Debate). Para la secundaria Ann Rutherford, el estudio era edénico: "la mayor parte de la gente con contrato en la MGM se quedaba. ¿Por qué? Porque el estudio los cuidaba. La Warner no lo hacía, siempre estaban atizando o traicionando a alguien. Desde el momento en que la MGM te contrataba, sentías que estabas en manos de Dios."

La Metro no sólo estaba al cargo de los actores y actrices más admirados y deseados en todo el mundo. También poseía en su momento de mayor apogeo un magnifico estudio, Culver City, de 676.000 metros cuadrados dispuestos en cinco zonas. La zonal tenía unos 291.000 metros cuadrados, ocupados por 30 platós de sonido, edificios de oficinas, camerinos y siete almacenes. La zona 2 abarcaba 150.000 metros cuadrados de dorados exteriores permanentes: "a un lado se veía la casa en la que vivía David Copperfield; a otro, la calle que María Antonieta recorrió hasta la guillotina". Las zonas 3 , 4 y 5 se utilizaban para los exteriores: "la selva y los ríos que servían de telón de fondo a Tarzán, [...] o el zoo que suministraba los animales, incluido el león que anunciaba todas y cada una de las películas de la Metro-Goldwyn-Mayer."

Leo el león, la mascota del celebérrimo logotipo de la MGM, fue en realidad una aportación del estudio de Samuel Goldwyn. Ideado por Howard Dietz, director de publicidad dela compañía, que en 1924 se inspiró en el logotipo de la Universidad de Columbia -Rail; Lion, Roar (ruge, león, ruge)- para crear el majestuoso emblema, cuya enseña reza la máxima del estudio, Ars Gratia Artis (el arte por el arte en si mismo).

Aunque Leo es el nombre oficial del felino, han rugido por entre la cinta dorada hasta cinco leones. Slats, que provenía de la etapa Goldwyn, Jackie, de los más reconocibles, Tanner, un cuarto del que se desconoce, lamentablemente su nombre, y un quinto también anónimo, escogido en 1957 y que llegó para asentarse definitivamente como el rugido de la Metro-Goldwyn-Mayer. En los cartoons de Tom y Jerry de los sesenta aparecía, en vez del clásico león, el minino Tom maullando.
Fábrica de sueños

Para el público, la MGM era sobre todo "un medio de evasión". El estudio quería ofrecer en sus películas una imagen idealizada del mundo, creía en el cine no como reflejo de la vida, sino como huida de ella: Ben-Hur, el filme que inauguró el estudio en 1925 y el más caro de la historia del cine hasta el rodaje de Lo que el viento se llevó (1939), costó 3,96 millones de dólares e ingresó el triple, unos 9,3 millones.

Esta orientación cinematográfica le iba a proporcionar a la Metro éxito tras éxito: rompía moldes, era rentable y estaba destinada a ser millonaria. Fue el único estudio que sobrevivió al crack del 29 y pasó la Gran Depresión con beneficios en vez de pérdidas.

De hecho, su período más rentable tuvo lugar entre 1932 y 1933, los años de Gran Hotel (el primer filme en cuyo reparto se encuentran las grandes estrellas de la Metro: Greta Garbo, John y Lionel Barrymore y Joan Crawford), de Tarzán de los monos, de Cena a las ocho, de La Reina Cristina de Suecia, pero también el de Freaks. La parada de los monstruos fue una de las pocas incursiones del estudio en el terror.

Durante el resto de la década vendrían más y muy notables éxitos: Anna Karenina, Una noche en la opera -el primero de los filmes de los hermanos Marx con MGM-, David Copperfield y, hacia el final de los treinta, Ninotchka y, uno de los iconos del estudio, la espléndida El mago de Oz. Además, también colaboró en la producción del desastroso e interminable rodaje de Lo que el viento se llevó, asegurándose así la distribución nacional e internacional del celebrado filme.
Luego llegarían Historias de Filadelfia, El cartero siempre llama dos veces, Cantando bajo la lluvia, Un americano en París..., hasta que la compañía comenzó a decaer con el declive del férreo sistema de estudios a finales de la década de los cincuenta.

Dos cerebros y un espíritu

Detrás de tanta magnificencia se encontraban dos cerebros que trabajaban por dotar a la Metro de las películas que el público ansiaba.

Uno era Irving Thalberg, jefe de producción, y el segundo, Louis B.Mayer, jefe del estudio. No dudaron en marginar a genios como Erich von Stronheim o en robar a los mejores a golpe de talonario, pero seguro que sin ellos, el león de la Metro no rugiría igual.

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