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miércoles, 11 de mayo de 2011

Odisea de la humanidad



“2001” es ese monolito, ese tótem cinematográfico que marca un antes y un después en la cine de ciencia ficción. Esta palabra le corresponde con toda justicia. La preocupación de Kubrick por el verismo de todo lo que aparecía en la pantalla hace que estemos ante una película en la que las especulaciones que muestran vienen sostenidas por sólidas bases hasta hacer de “2001” una ficción, exenta de realidad, pero llena de realismo. En sí es una ópera (es grandiosa, épica desde las primeras imágenes. Kubrick hablada de “odisea de la humanidad”) en tres actos, cada cual más subyugante e inspirado, hecha desde una inspiración asombrosa (no se volvió a hacer una película tan arriesgada), pero destilada hasta la pureza, lo que hace que sea una película milimetrada, magistral, donde nada sobra o falta para lograr un espectáculo fascinante y enigmático. Es cine en estado puro. Pese a su extenso metraje, no creo que lleguen a 20 minutos los diálogos de la película, lo que hace que toda la fuerza, toda la fascinación venga dada por una imagen cuidada, impactante, magnética, que se queda grabada para siempre en nuestras retinas. A esto se suman unos efectos especiales (ideados por el propio Kubrick y Douglas Trumbull, que también fotografiaría y haría los fx de “Blade Runner”) que aún hoy mantienen el tipo. Ninguna película ha hecho correr más ríos de tinta que esta. O se la ama o se la odia; ¡pero es imposible permanecer indiferente ante ella! Un guión maravilloso, basado en un relato corto de Arthur C. Clarke, nos lleva desde los albores de la humanidad (aprovechando para mostrarnos el primer asesinato de la historia) hasta un nuevo y inescudriñable amanecer. Entre estos dos extremos toda una descarga de imágenes, de una puesta en escena majestuosa, con un montaje que hace que la imagen te impregne, te lleve a reflexionar, pues en esta película Kubrick muestra todo, pero no explica nada (Clarke, cuando posteriormente hizo el libro se encargo de despejar en sus párrafos todos los misterios que contenía “2001”) y una música que trasciende su mero papel de acompañante hasta hacerte sentir la “sinfonía del universo” (Ningún director se acerca al manejo magistral que Kubrick siempre logró con sus bandas sonoras). La danza espacial al ritmo del “Danubio Azul”; la inmensidad y soledad del universo remarcado por las inspiradas notas de György Ligeti, o el archifamoso amanecer lunar al son de los compases de “Así habló Zarathustra” siguen resonando en nuestra memoria. Punto y aparte merece el duelo de HAL 9000, quizá la parte más clásica de la película, pues puede ser contemplada cómo un sólido thriller de la máquina (es el personaje mejor construido, el más humano, y a la vez el más abstracto) contra el hombre.Solemos llamar al cine “7º Arte”; pero hasta que no llego “2001” no podemos aplicar con justicia este término, pues sale del territorio de calificativos como magistral para situarse como “obra de arte”. Nada más y afortunadamente nada menos.


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