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sábado, 7 de mayo de 2011

La vida privada de Elizabeth y Essex



Cuarta película sobre Isabel I de Inglaterra, basada en una obra de teatro "Elizabeth y Essex", de Maxwell Anderson, que había triunfado en Broadway. Gracias a una ampliación presupuestaria de última hora, se filmó en color.La acción tiene lugar en Inglaterra entre 1596 y 1601. Narra la leyenda del amor imposible entre Isabel I (Bette Davis) y Robert Devereaux, conde de Essex (Errol Flynn). La película desarrolla un drama romántico de dos amores que se necesitan, pero que no encuentran el modo de encajar en el mundo de entrega al trono sin reservas de Isabel y en el de la ambición de Essez. El tema central del argumento es la concepción de la reina que, por obligación y necesidad, debe defender los intereses del trono, su estabilidad en él, su poder real y su fuerza, mediante una gestión libre de compromisos, situada por encima de intereses particulares y capaz de manejarse con equilibrio, ambigüedad y astucia. La experiencia de niña (no supo quién era su madre durante muchos años) y de joven (recluída temporalmente en la torre de Londres por intrigas palaciegas), la constatación de la fragilidad de sus derechos sucesorios (reconocidos y derogados varias veces), la tirantez de las relaciones con su hermanastra, la reina Mary (que en varias ocasiones acarició la idea de ejecutarla) y de las pretensiones al trono de familiares poderosos, la llevaron a ejercer el oficio de reina con un ascetismo inusual, una dedicación plena y el sacrificio de sus anhelos personales. Es destacada la escena en la que ella explica a su doncella Margarett Radcliffe que "ser reina es menos que ser humano, es anteponer el orgullo al deseo, es buscar ternura en el corazón de los homres y encontrar sólo ambición, es no tener una hora para el amor".La música se erige en elemento narrativo con entidad propia: no enmarca la acción, sino que la modula y la completa. La fotografía pone el acento en la expresión del drama de soledad de la reina. Los grandes espacios vacíos en los que se mueve y su entrada en la sala del trono a través de un largo trecho de salones vacíos, sola, sin compañía, sin guardia personal, trasmiten elocuentemente el mundo interior de una reina que ha renunciado a todo para que ser respetada y temida. El guión desarrolla la acición en un crescendo bien dosificado de tensión e intriga. Los diálogos son claros y contienen expresiones antológicas: "El cielo se toma por sorpresa" (Essex), "Yo no viviré y él morirá" (Isabel), etc. La intepretación de Davis es extraordinaria. Flynn, en la cumbre de su éxito, se desenvuelve con rigidez en un papel que le resulta extraño. La dirección construye un potente drama de renuncia y soledad.Película de gran interés, soberbia fotografía, excelente música, con una interpretación antológica de Davis, que aquel año ganó el Oscar a la mejor actriz principal por "Amarga victoria".



DIRECTOR
Michael Curtiz
GUIÓN
Norman Reilly Raine & Aeneas MacKenzie (Obra: Maxwell Anderson)
MÚSICA
Erich Wolfgang Korngold
FOTOGRAFÍA
Sol Polito & W. Howard Green
REPARTO
Bette Davis, Errol Flynn, Olivia de Havilland, Donald Crisp, Vincent Price, Henry Daniell, Alan Hale, Leo G. Carroll, Robert Warwick, Nanette Fabray
PRODUCTORA
Warner Bros. Pictures
PREMIOS
1939: 5 nominaciones al Oscar: fotografía, banda sonora, dir. artística, sonido, ef. especiales


Con un guión basado en la obra “Elizabeth the Queen” de Maxwell Anderson, el director Michael Curtiz, realizó esta película que, sin pretender ajustarse con rigurosidad a los hechos, cuenta con personajes de relevancia como Elizabeth I de Inglaterra, la V y última gobernante de la poderosa dinastía Tudor, llamada La Reina Virgen porque nunca se casó. Una mujer de fuerte carácter, enorme autoridad y gran peso en las transformaciones del reino británico, al que hizo florecer culturalmente durante los 44 años que duró su reinado, al tiempo que lo separó de Roma, creando una iglesia protestante. Robert Devereux, Conde de Essex, un general que se embarcó en campañas contra España e Irlanda, en las que obtuvo sendas derrotas... pero conquistó como nadie el corazón de la reina, hasta tal punto que puso en vilo su lealtad al gobierno. Walter Raleigh, militar y político, miembro del parlamento inglés, a quien se le atribuye la idea de colonizar a Norteamérica, y quien fue autor de varios libros de renombre. Y Francis Bacon, canciller y filósofo de raigambre, autor de obras significativas como “El Avance del Conocimiento” y “Novum Organum” con los que ocupa un lugar en la historia literaria.Bette Davis logra una soberbia actuación, en la que da vida a una reina que se debate entre su amor apasionado por el Conde de Essex y sus deseos de ejecutarlo en la horca por su acerado orgullo y sus afanes de poder. Con él experimenta intensos encuentros de afrenta y de ternura, en los que afloran significativos conceptos sobre si debe primar el sentimiento o el deber. Curtiz logra una sobria recreación de palacio, con una exquisita fotografía, una efectiva y enérgica partitura de su habitual Erich Wolgang Korngold, y con unos vestuarios de época imponentes y sugestivos. Visual y actoralmente, el logro es inobjetable, y la película nos lleva por entre las intrigas, las pasiones y las grandes decepciones, con gran pericia y con un ritmo que se mantiene en equilibrio, no obstante que, el mayor peso de la historia, recae en sus protagonistas y en sus más íntimas relaciones.La Davis se toma cada escena en la que aparece, y aunque Erroll Flynn cumple con su rol de héroe enamorado, la pericia actoral y la fuerza que posee el rol de la célebre reina, hacen que sea ella quien se lleve todas las palmas. Talvez, el mayor mérito argumental de este filme, es que deja al descubierto la vanalidad que, para el ser individual, ofrece todo reinado. La misma reina Elizabeth lo dice con la más triste melancolía:“Ser reina es ser menos que un ser humano, pues significa anteponer el orgullo al deseo, buscar ternura en los corazones de los hombres y no encontrar más que ambición; pedir a gritos en la oscuridad alguna voz desinteresada y no oír más que el ruido seco de los papeles del Estado (…). El tiempo no alcanza para una reina, pues los eventos la ahogan, y por un vacío y resplandeciente envoltorio, ella debe abandonar todo lo que una mujer más anhela”.


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