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miércoles, 11 de mayo de 2011

Bajos fondos




La actitud de E. Kazan durante la “caza de brujas” del senador Mc Carthy fue sencillamente canallesca, pero aun aceptando la teoría de que Kazan rodó “La ley del silencio” como una justificación a su conducta delatora, el film emerge como la obra maestra de su autor y como uno de los mejores de la década de los cincuenta.Film duro, de una tensión dramática implacable, sin embargo no renuncia a momentos bellísimos de un lirismo arrebatador. A caballo entre el film de denuncia y el melodrama social, “La ley del silencio” retrata con crudeza los bajos fondos de los muelles de Nueva York y el control que sobre los mismos tenían los sindicatos del crimen, pero por encima de todo nos habla de seres humanos, perdedores que buscan su redención y un lugar bajo el sol. El Terry Malloy de Brando y la Eddie Doyle de Eva Marie Saint son dos seres que intentan sobrevivir al desarraigo, al fracaso, y a la desesperación. Como alguien dijo “su amor nace de dos soledades compartidas que crece en un medio hostil”, y que camina hacia la toma de conciencia de él y al perdón, a través del amor, de ella. Kazan con su magistral dirección nos ofrece una extraordinaria película que se sustenta en la fuerza de la historia, basada en un hecho real, en un excelente guión, y en una extraordinaria dirección de actores, todos ellos maravillosos, recompensada con nominaciones a los Oscar para Lee J. Coob, R. Steiger y K. Malden, y con la estatuilla para Eva Marie Saint (actriz secundaria) -en su brillante debut en el cine- y para Marlon Brando (actor principal) como justo premio a la que probablemente sea la mejor interpretación que jamás ningún actor ha plasmado en una pantalla de cine. La sublime secuencia de Brando hablando con su hermano (Steiger) en el coche, o algunas de las secuencias pudorosamente intimistas entre Brando y Eva Marie Saint en las que el actor alcanza niveles insuperables son suficiente argumento para corroborar tal afirmación. La brillante fotografía en blanco y negro de B. Kaufmann y la espléndida partitura de L. Bernstein, colaboran a hacer de “La ley del silencio” una obra maestra incontestable del cine.


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