Alguien pronuncia el nombre de Ginger Rogers y, de
inmediato, espera que aparezca Fred Astaire vestido de smoking, moviendo
sus delgadas piernas y cantando alguna de esas maravillosas canciones
de amor. O a la inversa. Da lo mismo. Una persona dice el nombre de
Fred, entonces, Ginger, vestida con un traje de noche negro o blanco,
surge de cualquier sitio deslizándose por el suelo. Fred extiende la
mano a Ginger y ya todo se acciona. Un simple movimiento. Así de fácil.
Extender la mano, cogerle el abrigo, sonreír. Actos simples, que parecen
más sencillos cuando Fred empieza a cantar 'Smoke gets in your eyes' en
'Roberta', de William A. Seiter, 1935, o 'Dancing cheek to cheek' en
'Sombrero de copa', de Mark Sandrich, 1934. Empieza a cantar Fred, le
sigue Ginger, ambos irradian luz, aunque nada es real, funciona en la
zona de los sueños y los deseos en decorados art decó.
Ginger y Fred cantan y se miran y caminan como flotando
por el aire, sintonizados, plásticos, bellos, bajando una escalera o
subiéndola, girando sobre ejes invisibles, danzando hacia la izquierda o
hacia la derecha, coreografiando pases y movimientos que se quedan en
la retina del espectador, que favorecen la capacidad de hacerlo soñar,
de evadirlo de la fea realidad. Cambios de ritmo que son como sentir la
brisa del mar en un zulo. Pegarse y separarse con suavidad. Unir los
cuerpos. Juntar las mejillas. Imaginar los besos que nunca se dieron.
Ginger y Fred. Rogers y Astaire. Bailarines e intérpretes unidos por
siempre jamás en el cine. ¿Qué importaba que cuando se apagaban los
focos y finalizaba el día de rodaje la relación nunca fuera tan idílica?
¿Qué más da?, se pregunta el público. Lo importante es lo que se ve en
la pantalla. Y en ella, Ginger Rogers y Fred Astaire se aman, derrochan
química, danzan como si sólo existiese ese momento. Al margen también
quedan las disputas de si Astaire era mejor bailarín y peor actor, y
Rogers mejor actriz y peor bailarina. Seguramente sea cierto. ¿Y qué?
De Missouri a California
Ginger Rogers nació en Independence, Missouri, el 16 de
julio de 1911, bautizada con el nombre de Virginia Katherine McMath. Al
poco tiempo, sus padres, Eddins McMath y Lela Owens McMath, se
separaron, partiendo ésta con su hija hacia Kansas City. Virgina tuvo
una infancia movida por las disputas de sus padres a causa de su
custodia. Los desacuerdos entre su madre y su padre provocaron que
viviese con sus abuelos maternos, hasta que con nueve años su madre se
casó de nuevo con John Rogers. Por esos años, sus primos acortaron su
nombre y, en vez de llamarla Virginia, la llamaban Ginga. Otros, en sus
derivaciones del nombre, la llamaban Ginger, y de ahí su nombre
artístico. A la vez, la joven Virginia comenzaba a usar el apellido de
su padrastro, a pesar de que jamás la adoptó legalmente. Lela trabajaba
de crítica teatral en un diario local, por lo que estaba relacionada con
el mundo del espectáculo.
En muchas ocasiones, Virginia acompañaba a su madre a las
entrevistas que tenía que hacer y a los espectáculos que debía cubrir.
Algo de esto tuvo que influirle a la pequeña Virginia. Ese mundo de
luces, vanidades y esperanzas de éxito, que ofrecía el placer
evanescente de una extraña sensación adictiva. Así, de adolescente, la
rubia de grandes ojos azules intervino en una gran variedad de
actuaciones musicales y teatrales, influida, de una u otra forma, por el
fuerte carácter de su madre. Ginger heredó esa fortaleza en su ánimo,
junto a una seguridad que le valió para desenvolverse en la guerra de
envidias y vanidades del espectáculo. Con catorce años, Ginger participó
en un concurso donde se buscaban jóvenes talentos. Ganó con un baile de
charleston. El premio consistía en un contrato de tres años con el
teatro de variedades de Eddy Foy, que organizó el concurso. Durante esa
etapa, en la larga gira por Estados Unidos, Ginger se curtió en un
amplio sentido. A los diecisiete años se casó con el bailarín Jack
Culpepper, que había conocido en la compañía, pero el matrimonio apenas
duró un suspiro.
No hacía falta que el destino marcara su camino, lo tenía
claro cuando poco después se dirigió a Nueva York. Allí empezó a
trabajar en la radio, hasta que le llegó la oportunidad en Broadway con
el musical 'Top Speed', que se estrenó el día de navidad de 1929, con
muy buena acogida. Los críticos de la época alabaron el trabajo de
Ginger Rogers. En aquel periodo el cine estaba en auge y la joven actriz
hizo sus maletas rumbo a Los Ángeles. No tardó en encontrar papeles,
Hollywood era su hogar, estaba hecho para su talento. Debutó en un filme
menor de Monta Bell, en 1930, 'Young Man of Manhattan'. Un papel
pequeño bajo la sombra de Claudette Colbert. Mientras Ginger hacía
pruebas para otras películas, Broadway la llamó otra vez para participar
en un nuevo musical, 'Girl Crazy', de George e Ira Gershwin. En ese
musical también conoció a Fred Astaire, que ayudaba a los bailarines en
las coreografías. 'Girl Crazy' fue un éxito absoluto e hizo que toda la
industria cinematográfica se fijara en aquella rubia despierta, ágil,
que exudaba una naturalidad innata. La Paramount la contrató por siete
años. Sin embargo, su personalidad hizo que pronto se desvinculara de
estos Estudios, buscándose ella personajes más interesantes de los que
le ofrecían.
De hecho, sus primeras películas resultan olvidables,
títulos como 'Honor entre amantes' (Dorothy Arzner, 1931) o 'La novia
del gánster' (Albert S. Rogell, 1932). Rogers halló su oportunidad en
una producción de la Warner, 'La calle 42' (Lloyd Bacon y Bubsy
Berkeley, 1933). Este musical obtuvo un auténtico triunfo, ganándose el
favor del público en una época de dificultades (la gran depresión). Tal
fue el éxito, que la Warner produjo una especie de continuación,
'Vampiresas 1933', de Mervyn LeRoy, en la que la bailarina y actriz sale
con un espectacular vestido de monedas que corta la respiración.
Sucedió en Río
Todo empezó en Brasil, bailando La Carioca en 'Volando
hacia Río de Janeiro' (Thornton Freeland, 1933). Una cinta en la que la
pareja eclipsaría a la protagonista, Dolores del Río. En realidad, la
RKO ya se había fijado antes en Ginger Rogers, porque pretendía realizar
una película similar al musical 'Girl Crazy'. Los productores de la RKO
estaban convencidos de que Ginger Rogers sería una pareja idónea para
Fred Astaire. Aquéllos vieron en la actriz sus dotes para la danza, la
adaptabilidad dramática y la capacidad para transmitir la vitalidad que
todo musical requería, al tiempo que sabía insuflar a los distintos
personajes su propia personalidad. La pareja artística se convirtió
desde 'La alegre divorciada' (Mark Sandrich, 1934) en sinónimo de éxito.
La gente salía del cine bailando claqué, girando con sus parejas. Todos
imitaban a la pareja. Todos querían ser Ginger y Fred. De 1933 a 1939
rodaron juntos nueve películas. A las dos citadas, se le suman:
'Sombrero de copa', 'Roberta', 'Sigamos la flota' (Mark Sandrich, 1936),
'En alas de la danza' (George Stevens, 1936), 'Ritmo loco' (Mark
Sandrich, 1937), 'Amanda' (Mark Sandrich, 1938) y 'La historia de Irene
Castle' (H.C. Potter, 1939). Todos estos filmes cuentan con un
planteamiento semejante. Se trata de comedias románticas con una trama
ligera, trufadas de números musicales, que niegan la realidad para
permanecer en el sueño o para evadirse durante noventa minutos de la
gris realidad de la época. Y aunque estas historias funcionan con el
elemental chico conoce chica, chico baila con la chica, chico parece que
no consigue a la chica, pero al final sí la consigue, lo relevante (al
margen del sencillo argumento) es que no mostraban grandes aspiraciones
(de ahí que se conserven bien), pues únicamente pretendían que el
público saliera del cine de buen humor.
La estética y la elegancia se encontraban en los números
musicales, algunos imborrables, y en los números cómicos que mutaban en
bailes. De los muchos que se pueden citar, 'En alas de la danza' muestra
un buen surtido de canciones y números para recordar: 'Pick Yourself
Up'; 'Never Gonna Dance'; 'A Fine Romance'; 'Waltz in Swing'; 'The Way
you Look'; etc. Sin duda alguna, el filme más completo continúa siendo
'Sombrero de copa' y el crescendo que experimenta el espectador con
'Dancing Cheek to Cheek'. Pero tampoco conviene olvidar la suavidad de
'Smoke Gets in your Eyes' en 'Roberta'; o el 'Let's Call the Whole Thing
Off' de 'Ritmo loco', bailando maravillosamente con patines. La delicia
de ver danzar a Ginger y Fred provoca una rara hipnosis, una sensación
similar a la felicidad, algo parecido a estar flotando de un modo
inverosímil fuera del espacio. Ambos habían alcanzado el éxito juntos,
sin embargo, ambos querían demostrar que eran algo más que bailarines.
Esto fue mucho más evidente en el caso de la actriz, que tenía cierto
recelo a la preponderancia de Astaire en estas películas, ya que él
montaba las coreografías y llevaba la voz cantante. Por eso, a la vez
que rodaba estas películas, comenzó a trabajar en otras que le
permitieran mostrar su talento interpretativo. Si su vida profesional
fue vertiginosa en la década de los treinta, la personal no fue menos
intensa, casándose en segunda nupcias con Lew Ayres en 1934 y
separándose en 1941. Rogers se casaría tres veces más, pero los
matrimonios no le duraban.
Dama del teatro
De hecho, le preocupó más triunfar como actriz que
conservar a sus maridos. Uno de sus propósitos fue desvincularse de la
marca Astaire, algo que la RKO no estaba dispuesta a admitir, por lo que
le ofreció otros papeles, para que así se sintiera realizada. Curiosas
películas como 'Estrella de medianoche' (Stephen Roberts, 1935), que
mezclaba comedia, intriga, romance y que protagonizaba al lado de
William Powell. El filme fue un taquillazo al unir a dos intérpretes en
boga en ese momento. Sus mejores interpretaciones vienen de la mano de
Gregory LaCava en 'Damas del teatro' (1937); 'La muchacha de la Quinta
Avenida' (1939) y menos en 'Camino de rosas' (1940). LaCava sacó la
energía y la naturalidad no histriónica de Rogers. "Tira las
zapatillas', es la célebre frase que le grita el equipo a la actriz en
'Damas del teatro', tras la escena en la que ésta le comunica a
Katharine Hepburn que una de sus compañeras se ha suicidado. Y es que
este director supo extraer de ella la espontaneidad y su carisma, la
agilidad verbal, la magnética empatía. En muchos de estos filmes
encarnaba a una mujer humilde, con gran fuerza interior, que no se
amilanaba ante nada. En 1940, nominada junto a Bette Davis por 'La
carta' y Katharine Hepburn por 'Historias de Filadelfia', Rogers ganaba
el Oscar por 'Espejismo de amor' de Sam Wood, que no es precisamente su
mejor papel.
Otros títulos también a reseñar son 'Ardid femenino'
(George Stevens, 1938) con James Stewart; 'Mamá a la fuerza' (Garson
Kanin, 1940) con David Niven; 'El mayor y la menor' (Billy Wilder, 1942)
con Ray Milland; 'Te volveré a ver' (William Dieterle, 1944) con Joseph
Cotten y 'Me siento rejuvenecer' (Howard Hawks, 1952) con Cary Grant.
Desde mediados de los años cuarenta, las películas de Ginger no alcanzan
el éxito de antaño, por lo que la Metro decidió unir de nuevo a Rogers y
a Astaire en 'Vuelve a mí' (Charles Walters, 1949), cuando Judy
Garland, que era la elegida, se puso enferma. A finales de los cincuenta
Ginger se retiraba a su rancho de Oregon. Regresó a Broadway en 1965
con 'Hello Dolly', en alguna que otra película de los setenta y serie de
televisión, pero prefería vivir tranquila. En 1992 la Academia le
concedía un Oscar honorífico. Unos años después, el 25 de abril de 1995,
fallecía en su rancho.
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