Las mujeres fatales han existido desde que el cine es tal y en todos los géneros del mismo, aunque alcanzaron su máximo esplendor con el cine negro americano, fundamentalmente entre 1941 y mediados de los años 50.
Veronica Lake es uno de las mayores exponentes de esa mujer fatal que utiliza su fina sensualidad y sus pérfidas miradas para reclamar la atención de quien observa como actúa. Las fatales se permiten el lujo de utilizar un arma, fumar, cantar, conducir intrépidamente, desear el dinero sin pudor, etc. La mujer fatal es bella, inteligente, valiente, … pero peligrosa: el cine negro relaciona su inteligencia con el fatalismo. En las novelas negras y películas de este género es descrita con un halo de deseo sexual implícito ante el que los hombres se rinden sin resistencia, aunque saben que esta mujer puede ser su perdición.
Veronica Lake es uno de las mayores exponentes de esa mujer fatal que utiliza su fina sensualidad y sus pérfidas miradas para reclamar la atención de quien observa como actúa. Las fatales se permiten el lujo de utilizar un arma, fumar, cantar, conducir intrépidamente, desear el dinero sin pudor, etc. La mujer fatal es bella, inteligente, valiente, … pero peligrosa: el cine negro relaciona su inteligencia con el fatalismo. En las novelas negras y películas de este género es descrita con un halo de deseo sexual implícito ante el que los hombres se rinden sin resistencia, aunque saben que esta mujer puede ser su perdición.
Pero, tras esta fachada, nos encontramos una característica fundamental de la mujer fatal: su soledad. Las autenticas mujeres fatales viajan solas, fuman solas, beben solas, es un tipo de mujer que como casi todo el cine negro sólo puede darse en las ciudades, lugares donde encaja a la perfección su figura con cigarrillo y gabardina.
Entra y sale de bares, juega en los casinos y vive en hoteles: la única lumbre del hogar que existe para la mujer fatal es la que arde en el extremo de su cigarrillo. A veces pueden compartir un cigarrillo o encenderselo a un hombre.
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