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martes, 26 de abril de 2011

Rebelde sin causa





Tres jóvenes, Jim Stark, Judy y Platón, coinciden en una comisaría. Cada uno está allí por un motivo distinto: Jim está borracho, Judy se ha escapado de su casa y Platón acababa de matar a tiros a unos cachorros. El inspector Ray descubre que los tres mantienen una relación conflictiva con sus familias. A Jim y a Judy los van a recoger sus padres, pero Platón, hijo de una pareja divorciada, tiene que conformarse con la visita de la criada negra que vive con él.








Rebel Without a Cause (1955)





DIRECTOR
Nicholas Ray



GUIÓN
Stewart Stern



MÚSICA
Leonard Rosenman



FOTOGRAFÍA
Ernest Haller






PRODUCTORA
Warner Bros. Pictures



PREMIOS
1955: 3 nominaciones al Oscar: Actor (Sal Mineo), actriz sec. (Natalie Wood), historia







Estados Unidos, mediados de los 50: un país empieza a recuperar el aliento, tras el esfuerzo de la Gran Guerra, y, erigiéndose en potencia hegemónica enfrentada a su antagonista soviética (esta-mos en pleno despegue de la guerra fría...), vuelve a marcar las pautas sociales de referencia, no sólo para sí, sino para todo el mundo occidental cuyo bloque lidera. Es el american way of life, exportado junto a las generosas remesas económicas del plan Marshall, con todas sus notas características de modelo de orden, aseado y confortable, al menos en su superficie. Porque al fondo, muy al fondo (los convulsos 60 aún están por llegar), algo se mueve...



Parte de ese algo es lo que pretende retratar "Rebelde sin causa", una película condenada (no sé si para bien o para mal: me limito a constatar la circunstancia) a constituirse en un icono, un mito, un referente en el que pesan más sus connotaciones no estrictamente cinematográficas (la condición de outsider de su director, Nicholas Ray; o la de auténtica leyenda del imaginario hollywoodiense en que, debido a su prematura muerte, muy poco tiempo después, se convirtió su protagonista, James Dean), que sus calidades técnicas, las cuales, por cierto, hacen que quepa considerarla, si no un film excepcional, sí, al menos, una obra bastante estimable.



Nicholas Ray –un hombre al que Ho-llywood terminó negando el pan y la sal, confinándolo en producciones marginales y abocándolo a un final tan trágico como patético– urde la historia con solvencia y seguridad, anclándola muy sólidamente en tres pilares narrativos bien definidos: el inicio, que gira sobre el protagonista, Jimmy Stark, cuya borrachera ya nos permite apreciar no sólo los talentos interpretativos de Dean (ligeramente “moteados” por algún puntito de histrionismo), sino, y ahí radica su inte-rés, la idiosincrasia y los condicionan-tes de su personaje (su inseguridad y su rebeldía quizá carecen de causa, pero no están faltas de motivos: una madre castrante y un padre pusilánime, incapaces de ubicarlo en un mundo en constante movimiento, sin puntos de equilibrio); un episodio central, desarro-llado a través de una escena coral –y en el que los aspectos com-positivos (movimientos de cámara, planificación) juegan un papel fundamental, mostrándonos, por otro lado, la maestría técnica de Ray–, en el que se va a desencadenar una tragedia que no va a constituir un punto final, sino una premisa argumental previa al clí-max final; y este último, cuyo desarrollo se sustenta en la acción de los tres personajes principales (Jim, Judy y ‘Platón’ Crawford), un triángulo en cuyo vértice central se sitúa nuestro protagonista, arropado por sus dos partenaires, cada uno de los cuales asumirá una posición respecto a Jimmy que le conducirá, inexorablemente, a cada una de los dos vías (el amor, para Judy; la muerte, para ‘Platón’), a través de las cuales nuestro héroe se terminará redi-miendo, en una suerte de viaje iniciático, al más puro estilo de la tragedia clásica griega, tras el cual arriba a un puerto que cabe asi-milar, aunque sea tímidamente, a lo que podemos entender como madurez (en este aspecto, resulta particularmente significativo que este episodio final se desarrolle en esa suerte de metáfora del universo que viene a ser un planetario).



Estamos, pues, ante un desarrollo narrativo muy coherente y equilibrado, en el que a cada punto álgido, de máxima in-tensidad dramática, se contrapone un anticlímax de carácter reflexivo –en el que asumen mayor protagonismo los personajes secundarios, aportando menos acción, menos movimiento, y más diálogo: el comisario de policía, en el primero de ellos; o el padre de Jimmy, en el segundo; en el último no hay pie a ello, porque la tragedia ya se ha consumado, y sólo cabe asumir sus funestas consecuencias–, aunque con una alternancia muy suave, y desple-gando siempre la historia con el ritmo más adecuado al momento que se refleja.



Hay más elementos dignos de re-saltar en este film: desde la muy ajus-tada presencia de sus secundarios, a la que antes aludíamos, cuyo peso e influencia en el devenir de la trama no sólo adquiere un fuerte relieve por su propia entidad, sino también por su significación en la de los protagonis-tas, hasta la portentosa actuación de una jovencísima y deslumbrante Natalie Wood –con una Judy que ofrece una explosiva mezcla de mali-cia, inconsciencia y desencanto–, que, con sólo 17 años, se ajusta mu-chísimo mejor al perfil de edad del personaje de “tierna” chica de instituto al que da vida, que el ya al-go talludito para tales menesteres James Dean –cuya interpretación, por otro lado, alterna momentos súblimes con otros en los cuales un cierto punto de sobreactuación la emborrona ligeramen-te–. Tampoco cabe pasar por alto la sorprendente y estimulante presencia de un más joven aún Sal Mineo, otra estrella en ciernes que se destapó con esta película –con la cual debutaba–, y al que lo errático de su carrera posterior (también truncada precipitadamente con su muerte siendo aún joven) impidió confirmar los altos designios a que parecía apuntar.



La crítica anacrónica juega con sus propias reglas: lo que se pierde en contexto (a corto), se gana en perspectiva (a largo), y no hay alternativa posible al respecto, porque el paso del tiempo no admite componendas... Desde esa atalaya del tiempo, casi cincuenta años después de su estreno, "Rebelde sin causa" ha perdido bue-na parte de su barniz icónico, superado por el curso de aconteci-mientos posteriores, así como por un buen puñado de películas que, posiblemente, han sabido reflejar con mayor fidelidad sus tiempos y sus circunstancias; pero sigue siendo una pieza de buen cine, disfrutable sin más aditamentos que los de su pro-pio tejido fílmico, olvidándonos de añadidos legendarios y parafernalias mortuorias –puritito morbo...– a las que Hollywood siempre fue tan aficionado.






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